Texto – 23. Introducción
No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado.
No hay nada a tu alrededor que no forme parte de ti. Contémplalo amorosamente y ve la luz del Cielo en ello. Pues así es como llegarás a comprender todo lo que se te ha dado.
Cuando se ha elegido la libertad del cuerpo, la mente se usa como un medio cuyo valor reside en su habilidad de ingeniar medios para alcanzarla. Pero dado que liberar al cuerpo no tiene sentido, la mente se ha puesto al servicio de las ilusiones.
En realidad, tu hermano y tú estáis unidos y no hay nada que se interponga entre vosotros. Puesto que Dios os lleva de la mano, ¿qué podría separar lo que Él ha unido Consigo Mismo como un solo Ser?
A todos aquellos que comparten el Amor de Dios se les concede la gracia de ser los dadores de lo que han recibido. Y así aprenden que es suyo para siempre. Todas las barreras desaparecen ante su llegada, de la misma manera en que cada obstáculo que antes parecía bloquear su camino quedó finalmente superado.
La razón puede reconocer la diferencia entre el pecado y el error porque desea la corrección. Te dice, por lo tanto, que lo que pensabas que era incorregible puede ser corregido y que, por consiguiente, tuvo que haber sido un error. La oposición del ego a la corrección conduce a su creencia fija en el pecado y a desentenderse de los errores.
Contempla la gran proyección, pero no la mires con miedo, sino con la determinación de que tiene que ser sanada. Nada que hayas fabricado tiene poder alguno sobre ti, a menos que todavía quieras estar separado de tu Creador y tener una voluntad que se oponga a la Suya.
Al negar las ilusiones invitas a la Verdad, pues al negarlas reconoces que el miedo no significa nada. En el santo hogar donde el miedo es impotente el amor entra dando las gracias, agradecido de ser uno con vosotros que os unisteis para dejarlo entrar.
La relación santa parte de una premisa diferente. Cada uno ha mirado dentro de sí y no ha visto ninguna insuficiencia. Al aceptar su compleción, desea extenderla uniéndose a otro, tan pleno como él. No ve diferencias entre su Ser y el Ser del otro, pues las diferencias sólo se dan a nivel del cuerpo. Por lo tanto, no ve nada de lo que quisiera apropiarse.
¿Qué es el instante santo sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que Él te ha dado? He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. He aquí la paz constante que podrías experimentar siempre.
No olvides que la elección entre el pecado y la verdad o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. Es imposible que quieras curar a quien atacas. Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese a salvo del ataque.
Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. Y a medida que su gratitud llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés excluido de la bendición. La gratitud que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo completado a Él.
El plan de Dios para tu salvación no se habría podido establecer sin tu voluntad y consentimiento. Tuvo que haber sido aceptado por el Hijo de Dios, pues lo que Dios dispone para él, él no puede sino aceptarlo. Y Dios no dispone nada sin Su Hijo ni Su Voluntad depende del tiempo para consumarse.