Texto – 13.XI. La paz del Cielo
Grande es la dicha y el regocijo de Dios por tu liberación porque tú no creaste la libertad. Y de la misma manera en que no creaste la libertad, tampoco creaste una guerra que pudiera poner en peligro dicha libertad.
Grande es la dicha y el regocijo de Dios por tu liberación porque tú no creaste la libertad. Y de la misma manera en que no creaste la libertad, tampoco creaste una guerra que pudiera poner en peligro dicha libertad.
Las ideas dementes no guardan ninguna relación real, pues por eso es por lo que son dementes. Ninguna relación real puede estar basada en la culpabilidad ni contener una sola mancha de culpa que mancille su pureza. Pues todas las relaciones en las que la culpa ha dejado impresa su huella se usan únicamente para evitar a la persona y evadir la culpabilidad.
La culpabilidad sigue siendo lo único que oculta al Padre, pues la culpabilidad es el ataque que se comete contra Su Hijo. Los que se sienten culpables siempre condenan y, una vez que han condenado, lo siguen haciendo, vinculando el futuro al pasado tal como estipula la ley del ego.
La diferencia palpable que existe entre la percepción y el Conocimiento resulta muy evidente si consideras esto: no hay nada parcial con respecto al Conocimiento. Cada uno de sus aspectos es total, por lo tanto, ningún aspecto está separado de otro. Tú eres un aspecto del Conocimiento, al estar en la Mente de Dios, Quien te conoce.
El amor siempre responde, pues es incapaz de negar una petición de ayuda o de no oír los gritos de dolor que se elevan hasta él desde todos los rincones de este extraño mundo que construiste, pero que realmente no deseas.
Cuando pongas en duda las ilusiones, pregúntate si es realmente sensato percibir el pasado como si estuviera ocurriendo ahora. Si recuerdas el pasado cuando contemplas a tu hermano, no podrás percibir la realidad que está aquí ahora.
Sólo puedes experimentar dos emociones, pero en tu mundo privado reaccionas ante cada una de ellas como si se tratara de la otra. El amor no puede residir en un mundo aparte, donde no se le reconoce cuando hace acto de presencia. Si lo que ves en tu hermano es tu propio odio, no lo estás viendo a él. Todo el mundo se acerca a lo que ama y se aleja de lo que teme.
Y ahora, la razón por la que tienes miedo de este curso debiera ser evidente. Pues éste es un curso acerca del amor, ya que es un curso acerca de ti. Se te ha dicho que tu función en este mundo es curar y que tu función en el Cielo es crear. El ego te enseña que tu función en la tierra es destruir y que no tienes ninguna función en el Cielo.
No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.
El propósito fundamental de la proyección es siempre deshacerse de la culpa. Pero el ego, como de costumbre, trata de deshacerse de ella exclusivamente desde su punto de vista, pues por mucho que él quiera conservarla, a ti te resulta intolerable, toda vez que la culpa te impide recordar a Dios.
Dije anteriormente que el Espíritu Santo comparte el objetivo de todos los buenos maestros, cuya meta final es hacerse innecesarios al enseñarles a sus alumnos todo lo que ellos saben. Eso es lo único que el Espíritu Santo desea, pues dado que comparte el Amor del Padre por Su Hijo, intenta eliminar de la mente de éste toda traza de culpa para que pueda así recordar a su Padre en paz.
Si no te sintieras culpable no podrías atacar, pues la condenación es la raíz del ataque. La condenación es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo. Y en esto radica la división, pues la mente que juzga se percibe a sí misma como separada de la mente a la que juzga, creyendo que, al castigar a otra mente, puede librarse del castigo.