Libro de Ejercicios – Tema 2 – Lección 233
Hoy nos dirige un solo Guía. Y mientras caminamos juntos, Le entregamos este día sin reserva alguna. Éste es Su día. Y por eso es un día de incontables dones y de infinitas mercedes para nosotros.
Hoy nos dirige un solo Guía. Y mientras caminamos juntos, Le entregamos este día sin reserva alguna. Éste es Su día. Y por eso es un día de incontables dones y de infinitas mercedes para nosotros.
Así es como debería ser cada día. Practica hoy el final del miedo. Ten fe en Aquel que es tu Padre. Deja todo en Sus Manos. Deja que Él te revele todo y no te desanimes, pues eres Su Hijo.
Ésa es tu voluntad, hermano mío. Y compartes esa voluntad conmigo así como con Aquel que es nuestro Padre. Recordarlo a Él es el Cielo. Esto es lo que buscamos. Y esto es lo único que nos será dado hallar.
Fui creado en la paz. Y en la paz permanezco. No me ha sido dado poder cambiar mi Ser. ¡Cuán misericordioso es Dios mi Padre, que al crearme me dio la paz para siempre! Ahora sólo pido ser lo que soy. ¿Y podría negárseme eso cuando es eternamente verdad?
Padre, Te doy gracias por lo que soy, por haber conservado mi Identidad inalterada e impecable en medio de todos los pensamientos de pecado que mi alocada mente inventó. Y Te doy gracias también por haberme salvado de ellos. Amén.
Padre, estaba equivocado con respecto a mí mismo porque no reconocía la Fuente de mi procedencia. No me he separado de Ella para adentrarme en un cuerpo y morir. Mi santidad sigue siendo parte de mí, tal como yo soy parte de Ti. Mis errores acerca de mí mismo son sueños. Hoy los abandono. Y ahora estoy listo para recibir únicamente Tu Palabra acerca de lo que realmente soy.
Y de esta manera, nos encontramos felizmente de vuelta en el Cielo, del cual realmente nunca nos ausentamos. En este día el Hijo de Dios abandona sus sueños. En este día el Hijo de Dios regresa de nuevo a casa, liberado del pecado y revestido de santidad, habiéndosele restituido finalmente su mente recta.
Padre, mi hogar aguarda mi feliz retorno. Tus Brazos están abiertos y oigo Tu Voz. ¿Qué necesidad tengo de prolongar mi estadía en un lugar de vanos deseos y de sueños frustrados cuando con tanta facilidad puedo alcanzar el Cielo?
Hermano mío, ahora hallamos esa quietud. El camino está libre y despejado. Ahora lo recorremos juntos y en paz. Me has tendido la mano y yo nunca te abandonaré. Somos uno, y es sólo esta unicidad lo que buscamos a medida que damos los últimos pasos con los que concluye una jornada que nunca comenzó.
¡Oh, Padre, mi Nombre todavía te es conocido! Yo lo he olvidado, y no sé adónde me dirijo, Quién soy ni qué es lo que debo hacer. Recuérdamelo ahora, Padre, pues estoy cansado del mundo que veo. Revélame lo que deseas que vea en su lugar.
Padre nuestro, que contemplemos la faz de Cristo en lugar de nuestros errores. Pues nosotros que somos Tu santo Hijo somos incapaces de pecar. Queremos contemplar nuestra inocencia, pues la culpa proclama que no somos Tu Hijo.
Padre, no tenemos en nuestros labios ni en nuestras mentes otras palabras que Tu Nombre, cuando acudimos en silencio ante Tu Presencia, pidiendo descansar Contigo por un rato en paz.