Libro de Ejercicios – Lección 41
Con el tiempo, la idea de hoy desvanecerá por completo la sensación de soledad y abandono que experimentan todos los que se consideran separados.
Con el tiempo, la idea de hoy desvanecerá por completo la sensación de soledad y abandono que experimentan todos los que se consideran separados.
A medida que compartas conmigo mi renuencia a aceptar error alguno en ti o en los demás, debes unirte a la gran cruzada para corregirlos.
Comenzamos hoy a afirmar algunas de las bienaventuranzas a las que tienes derecho por ser Quien eres. Hoy no se requieren largas sesiones de práctica, sino muchas cortas y frecuentes.
La revelación produce una suspensión completa, aunque temporal, de la duda y el miedo. Refleja la forma original de comunicación entre Dios y Sus Creaciones, la cual entraña la sensación extremadamente personal de creación que a veces se busca en las relaciones físicas.
Estamos interesados únicamente en lo que es muy obvio, lo cual has pasado por alto en las nubes de complejidad en las que crees que piensas.
No hay grados de dificultad en los milagros. No hay ninguno que sea más “difícil” o más “grande” que otro. Todos son iguales. Todas las expresiones de amor son máximas.
El poder de tu santidad es ilimitado porque te establece como Hijo de Dios, en unión con la Mente de su Creador.
Jesús es la manifestación del Espíritu Santo, a Quien invocó para que descendiera sobre la tierra después de su ascensión al Cielo, es decir, después de haberse identificado completamente con el Cristo, el Hijo de Dios tal como Él lo creó.
Esta idea contiene los primeros destellos de tu verdadera función en el mundo o, en otras palabras, la razón por la que estás aquí. Tu propósito es ver el mundo a través de tu santidad.
No necesitas ayuda para entrar en el Cielo, ya que jamás te ausentaste de él. Pero sí necesitas una ayuda que proceda de más allá de ti, pues te encuentras limitado por falsas creencias con respecto a tu Identidad, la cual Dios estableció en la realidad.
Eres santo porque tu mente es parte de la de Dios. Y puesto que eres santo, tu visión no puede sino ser santa también.
El mundo que ves no es más que la ilusión de un mundo. Dios no lo creó, ya que lo que Él crea tiene que ser tan eterno como Él. En el mundo que ves, pues, no hay nada que haya de perdurar para siempre.