Libro de Ejercicios – Repaso 4 – Lección 143
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios. En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios (125). Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy (126).
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios. En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios (125). Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy (126).
Sólo puedes experimentar dos emociones, pero en tu mundo privado reaccionas ante cada una de ellas como si se tratara de la otra. El amor no puede residir en un mundo aparte, donde no se le reconoce cuando hace acto de presencia. Si lo que ves en tu hermano es tu propio odio, no lo estás viendo a él. Todo el mundo se acerca a lo que ama y se aleja de lo que teme.
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios. Gracias, Padre, por los dones que me has concedido (123). Que no me olvide de que soy uno con Dios (124).
Y ahora, la razón por la que tienes miedo de este curso debiera ser evidente. Pues éste es un curso acerca del amor, ya que es un curso acerca de ti. Se te ha dicho que tu función en este mundo es curar y que tu función en el Cielo es crear. El ego te enseña que tu función en la tierra es destruir y que no tienes ninguna función en el Cielo.
Hay un tema central que unifica cada paso del repaso que ahora emprendemos, el cual puede enunciarse de manera muy simple con estas palabras: Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
No es de la crucifixión de lo que realmente tienes miedo. Lo que verdaderamente te aterra es la redención.
¡Que la paz sea contigo que has sido curado en Dios y no en sueños vanos! Pues la curación tiene que proceder de la santidad, y la santidad no puede encontrarse allí donde se concede valor al pecado.
El propósito fundamental de la proyección es siempre deshacerse de la culpa. Pero el ego, como de costumbre, trata de deshacerse de ella exclusivamente desde su punto de vista, pues por mucho que él quiera conservarla, a ti te resulta intolerable, toda vez que la culpa te impide recordar a Dios.
Con esto se acaban todas las decisiones. Pues con esta lección llegamos a la decisión de aceptarnos a nosotros mismos tal como Dios nos creó.
Dije anteriormente que el Espíritu Santo comparte el objetivo de todos los buenos maestros, cuya meta final es hacerse innecesarios al enseñarles a sus alumnos todo lo que ellos saben. Eso es lo único que el Espíritu Santo desea, pues dado que comparte el Amor del Padre por Su Hijo, intenta eliminar de la mente de éste toda traza de culpa para que pueda así recordar a su Padre en paz.
En este mundo el Cielo es una alternativa porque aquí creemos que hay opciones entre las que podemos elegir. Pensamos que todas las cosas tienen un opuesto y que elegimos lo que queremos. Si el Cielo existe tiene que haber también un infierno, pues es mediante contradicciones como construimos lo que percibimos y lo que creemos que es real.
Si no te sintieras culpable no podrías atacar, pues la condenación es la raíz del ataque. La condenación es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo. Y en esto radica la división, pues la mente que juzga se percibe a sí misma como separada de la mente a la que juzga, creyendo que, al castigar a otra mente, puede librarse del castigo.